jueves, julio 4, 2024
Restauración

El Chacón

Hay veces que es muy difícil ser imparcial, y esta va a ser una de ellas. Hay lugares, experiencias, comidas, olores, canciones, que pueden significar mucho para una persona y nada para otra. Cuando se da esta circunstancia la objetividad está comprometida claramente. Este es uno de esos casos.

Situado en Madrid en la calle Saavedra Fajardo, justo al lado del Puente de Segovia, este pequeño restaurante/taberna gallega forma parte de mi vida. No recuerdo un tiempo donde no estuviera donde está, y que no estuviera lleno. De niño con mis padres, de universitario de cañas, de mayor de cañas, comidas y cenas. No recuerdo ni una sola vez en la que haya salido descontento.

Puede ser incómodo por lo lleno que está, pero incluso eso forma parte de su encanto. La pelea por llegar a la barra, la alegría al encontrar un hueco donde te pueden poner la comida, y lo rápido que te bebes la primera cerveza. Incluso las patatas con salsa alioli que ponen que son un poco raras (siempre heladas y duras por dentro) no las cambiarías; el día que me pongan unas patatas que no sean esas, por mucho mejores que sean y estén más ricas, no me gustarán, porque cuando me las dan gratis con la caña espero ese sabor que me hace saber que estoy en El Chacón. He llevado a toda la gente que aprecio cuando he tenido ocasión, y creo que nadie ha salido defraudado.

Es un bar de toda la vida, auténtico, con productos de calidad, bien cocinados y con un servicio atento y amable que no rota como en otros sitios. El personal que hay, lleva allí desde siempre, y si falta alguno es porque ya se ha jubilado. Aún recuerdo a un señor muy bajito y extremadamente delgado, con gafas, teñido de marrón y peinado hacia atras que trabajó allí durante no sé cuantas décadas (al menos 2 que yo lo viera, y seguro fueron más). Ahora que lo pienso, no sé como se llama el camarero que me sirve siempre, y la verdad que con lo bien que me trata podría haberle preguntado. Tampoco el señor que tiene pinta de ser el dueño, de pelo gris y bigote, ni los filipinos de la cocina, pero si me los cruzara por la calle, sabría quienes son y me alegraría verlos.

Tiene una carta corta, lo cual me parece un acierto. No hacen muchas cosas, pero las que hacen, las hacen realmente bien y a precios muy ajustados. Excelente pulpo a la gallega, con y sin cachelos (para mí el mejor que he probado). Buenísima morcilla de burgos, queso de tetilla, lacón, empanada gallega. Y el codillo… ay el codillo!! Dos personas de muy buen comer tendrían problemas para terminar un codillo completo de los que sirven con sus patatas, grelos y chorizos, y si no recuerdo mal ronda los 16€!!

Para beber, elige un vino de Ribeiro servido en su jarrita con sus tacitas o unas cañas fresquitas, que además te irán acompañando con tapas gentileza de la casa.

Estéticamente no es ni mucho menos un sitio refinado, pero acompaña la experiencia lo rústico del ambiente. Es lo que esperaría un extranjero de un bar español, y lo que esperaría un español de un bar español en el que le van a dar bien de comer y de beber.

Por último, decir que tienen otro local en Lavapiés, que creo se llama Portomarín, pero no es lo mismo. Estuve hace años, y aunque detecté que era de los mismos por las patatas con ajo marca de la casa, nunca volví. Algunas veces, no puedes decir por que un sitio es especial, y esta es una de ellas. En resumen, no podría recomendar más un sitio!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *